Durante la época estival, cuando las crecidas del río Tinto retroceden, los barros se manifiestan en todo su esplendor tras haber permanecido ocultos bajo sus aguas durante largos periodos. Estos sedimentos, a menudo pasados por alto, adquieren un protagonismo inesperado al exhibir una deslumbrante paleta de colores que revela historias de la naturaleza y del paso del tiempo. Cada marca que el agua deja en su superficie actúa como una huella estacional que narra la evolución del paisaje a lo largo de los años.

La belleza de los barros perdura mientras permanecen húmedos, brillando como la juventud en su plenitud. En este estado, reflejan una frescura y vitalidad que evocan nuevos comienzos. Sin embargo, a medida que se secan, su superficie se quiebra y revela un nuevo tipo de belleza, donde asoman las arrugas que, al igual que la vejez, poseen una sabiduría y un encanto especial. Así, el ciclo de los barros del Tinto se convierte en un poderoso símbolo de la transitoriedad de la vida y de la inevitable transformación que todos experimentamos.

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