A lo largo de mis series anteriores en Río Tinto —rocas, lodos, espumas y otros elementos del paisaje— siempre he explorado lo abstracto y simbólico como una doble maniobra de interpretación. Estas imágenes, más allá de su apariencia física, han servido como vehículos de significados ocultos, invitando al espectador a ver más allá de lo literal. Con el tiempo comprendí que era necesario reunir todos esos trabajos bajo una mirada unificada, dando origen a la serie Simbolismos. En este conjunto, el valor convencional del paisaje desaparece. El barro ya no es barro, la roca deja de ser roca, y la espuma se descompone en formas y colores que remiten a otro orden de ideas.
La naturaleza se vuelve poesía, en su intento por alcanzar la máxima belleza en la forma de comunicar. Así, el espectador se adentra en un universo simbólico, donde la imagen pierde su anclaje físico para volverse pura evocación. Esta propuesta invita a una experiencia íntima con lo intangible, donde mirar es también recordar, intuir y sentir. En este juego de apariencias y sentidos, no se trata de descifrar, sino de contemplar.